La alegría de jugar a la pelota


 

¿Qué lindo sería trabajar de algo que te gusta y estar feliz mientras lo haces, no? Sin importar presiones, exigencias, resultados. No es fácil y creo que es uno de los desafíos más grandes que tenemos los adultos: estar en un espacio laboral donde la pasemos realmente bien.

Si llevamos este análisis al fútbol amateur, queda claro que es un deporte que nos fascina, pero que no nos pagan por practicarlo. Es más, solemos abonar nosotros distintas sumas de acuerdo a si es un simple amistoso o si nos inscribimos a un campeonato. A pesar de jugar algo que nos encanta y que es un hobby, muchas veces nos tomamos cada partido muy en serio, queriendo derrotar a nuestro rival, mínimamente, por el honor y el orgullo que genera la victoria.

Los jugadores de fútbol profesional, en cambio, tienen la hermosa experiencia de trabajar de lo que les gusta y apasiona, ganando dinero por hacerlo (en algunos casos, exorbitantes sumas que ni en diez vidas creo que puedo llegar a conocer). No obstante, cuando disputan los partidos generalmente se los ve con rostros tensionados, agresivos, donde pareciera que intentan superar al rival no solo jugando mejor sino también con temperamento o actitud. "Tener cara de malo", decía Alfio Basile, entre otras cosas, sobre sus defensores centrales ideales. 

Hay momentos donde están felices, sí claro. Cuando hacen un gol (aunque algunos lo celebran desahogando bronca), cuando ganan un partido o consiguen quedarse con un campeonato. Pero en el durante, es raro ver rostros de felicidad o alegría.

Salvo por un tipo...

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Ronaldo de Assis Moreira, mundialmente conocido como Ronaldinho, era un tipo feliz en la cancha. Él seguía jugando a la pelota como lo hacía en Porto Alegre cuando era niño. Se alejaba de toda tensión que implica ser jugador profesional, disputando cada partido con una sonrisa en su rostro. 

Pasó por varios clubes durante sus más de 20 años de carrera, pero su mejor momento (y el que todos recuerdan sin lugar a dudas) fue en el F.C. Barcelona. Allí desplegó su mejor repertorio, lleno de lujos, golazos y asistencias. Se cansó de hacer caños, pases "no look", dormir el balón con su espalda, tirar sombreros con su pecho y hasta puso de moda la famosa "elástica", eludiendo a un rival con dos toques en prácticamente un único paso.

Ronaldinho fue el causante de que muchos sigamos las campañas del club catalán (aunque yo comencé antes, con Saviola y Riquelme). Nos enamoramos de un futbolista de Brasil, siendo este país nuestro máximo rival. Incluso, llegamos al Mundial Alemania 2006 con la expectativa de ser campeones, pero a su vez, de ver al crack del "Barca" tirar magia en la Copa del Mundo. Lamentablemente, ninguna de las dos búsquedas ocurrieron.

Fue el primer gran socio de Messi, al que le supo ver todo el potencial que tenía y en ningún momento quiso opacarlo. Todo lo contrario, fue el primero en hacerlo visible, llevándolo en andas tras el primer gol profesional del argentino. Lionel no solo heredó la "10" del Barcelona, sino que también supo ser el hombre que apoyó a Neymar en su llegada a España, devolviendo la gentileza que habían tenido con él años atrás.

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Ronaldinho nos regaló muchos años de fantasía pura. Fue de esos jugadores que te hacían recordar lo lindo de jugar a la pelota. Te podías olvidar del resultado, porque el verlo jugar generaba una felicidad poco antes vista. Parecía que jugaba en la plaza o playa, descalzo, entre amigos o familia.

Su retiro representó no solo la finalización de su carrera como futbolista profesional, sino también la culminación de una época histórica, donde pudimos ver al último jugador de fútbol con una sonrisa en el rostro, feliz por tener una pelota bajo la suela, sin importar dinero, obligaciones ni campeonatos. 

Gracias "Dinho" querido.

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